Cuando subí a mi coche, puse la llave en el contacto y tomé el cinturón de seguridad para colocármelo, pero cuando traté de sujetarlo no pude hacerlo, lo intenté otra vez y tampoco pude trabarlo, otra vez y lo mismo, en ese momento me dí cuenta que el cinturón de seguridad se había roto. Así que me dije a mi mismo que debía llevarlo a reparar.
Entonces, di vuelta a la llave del contacto, inmediatamente tomé de nuevo el cinturón de seguridad y de nuevo intenté colocarlo, sin éxito obviamente. Puse el coche en marcha y seguidamente, otra vez, hice otro intento por colocarme el cinturón de seguridad. ¿Por qué había tratado de colocármelo de nuevo cuando sabía que estaba roto?
La primera vez que realizamos una acción, ésta está orientada al objetivo, es decir, lo hacemos para lograr una finalidad en particular. Sin embargo, la parte del cerebro que controla los hábitos, una estructura llamada estriado dorsal, no se preocupa por el objetivo. Simplemente quiere hacer las mismas cosas que ha hecho antes, impulsa nuestras acciones de forma de estímulo-respuesta simple, inconsciente. No le interesan las metas, lo que le preocupa, llegado el momento, es reproducir una cierta secuencia de acciones.
Me llevó casi una semana reparar el cinturón de seguridad, y durante todos esos días cada vez que subía al coche, traté de colocármelo. Sí, posteriormente me acordaba que el cinturón no funcionaba, pero a mi estriado dorsal no le importaba. O sea, mientras recibía el estímulo adecuado, se accionaba el mismo hábito.
Y no importa si un hábito es bueno o malo, ya que la "misión" del estriado dorsal es forzarnos a realizar las acciones que más a menudo hemos repetido.
El estriado dorsal cumple un papel sumamente importante, ya que si no tuviéramos hábitos, tendríamos que estar continuamente tomando decisiones complejas y re-aprendiendo acciones que ya hemos hecho antes.
A menudo desarrollamos hábitos que son efectivos en un momento determinado de nuestras vidas, pero luego, las circunstancias cambian y esos mismos hábitos se vuelven inútiles, o incluso destructivos. Lo del cinturón de seguridad es un mero ejemplo de cómo un hábito positivo se puede volver inútil después de que cambian ciertas circunstancias, en este caso, la rotura del cinturón.
Un caso más extremo (y bastante común) es el niño que alivia su ansiedad comiendo. Esto no sería un problema muy grave ya que los niños no tienen tanto estrés, y además, por lo general, los padres controlan su acceso a la comida. Pero por desgracia, una vez que ese niño crece y llega a la edad adulta, no sólo sus niveles de estrés serán mayores, propio de la vida madura, sino que ya no tendrá el control de sus padres sobre lo que come. Y ya nos imaginamos cuál será el resultado de ese hábito.
Échate un vistazo a ti mismo. ¿Qué hábitos tienes tú que ya no sirven a ningún propósito, y que quizás, hasta sean un escollo para tu felicidad? Tomar conciencia es el primer paso para corregir estos comportamientos.
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